Hoy, con la avalancha de imágenes que nos invade, resulta muy difícil imaginar lo que suponía tener una cámara de fotos en aquellos primeros años setenta. Los carretes permitían hacer 12, 24 ó 36 fotos. Y el revelado no era barato. Por eso cada disparo había que elegirlo cuidadosamente.
Esto no quiere decir que se hicieran mejores fotos. Pero sin duda cada foto se convertía en un pequeño acontecimiento casi mágico. Éramos conscientes de que deteníamos el tiempo, de que recortábamos un pedacito de realidad.
Porque eso es una fotografía: una elección en el espacio y en el tiempo. La persona que hace la foto decide lo que queda dentro y lo que se queda fuera. Y además, cuando; ni antes ni después.
Cada imagen tenía un valor que hoy es casi imposible conseguir. Para empezar, las fotos eran objetos físicos. Se podían tocar, guardar en una caja, escribir en su reverso o romperlas en mil pedazos.
Se podían llevar en la cartera, enmarcarlas o llevarlas bajo la gorra militar.
Se llevaban en el salpicadero del coche y presidían los mejores lugares en las paredes de dormitorios y salones.
Las fotos se mandaban en sobres franqueados para que la tías y las abuelas vieran crecer a los niños.
Hoy, con la revolución digital, la fotografía se ha popularizado. Desde edades estúpidamente tempranas disponemos de teléfonos, y por lo tanto de cámaras fotográficas.
En la primera década de los años dos mil, cuando irrumpe la fotografía digital de forma generalizada, el número de imágenes acumuladas supera de forma abrumadora a todas las hechas en siglo y medio anterior. Esto ha provocado, desde mi punto de vista, que el valor de la fotografía haya caído en barrena. Y no me estoy refiriendo a la calidad técnica (pixeles, puntos por pulgada, etc, etc...)
Me refiero a lo que de verdad importa: al valor que nosotros le damos a nuestras fotografías.
En ocasiones he salido en grupo a hacer fotos. Y cuando al final de la jornada, o unos días después, nos reunimos para comentar y compartir nuestro trabajo me sigue llamando la atención el abultadísimo número de fotos que acumulan muchas personas. Las fotos hechas en una mañana se miden por centenares !!!
"Una fotografía es una elección en el espacio y en el tiempo"
Como decía al principio, pienso que la fotografía es el arte de seleccionar. Todo está ahí. El fotógrafo decide qué dejar correr y qué conservar. Y creo que la elección debería comenzar en el momento del disparo. Debemos pararnos, observar, preguntarnos porqué queremos hacer esa foto, pensar si lo que nos ha llamado la atención es fotografiable. Porque a veces sucede que lo que nos impulsa a disparar es un recuerdo o una emoción y la imagen sólo está en nuestra cabeza por lo que es imposible fotografiarla.
Comentarios